Definir la Jornada Mundial de la Juventud 2023 en una sola palabra sería LOCURA.

Una locura que comienza con más de 40 personas el día 30 de julio en un autobús desde San Lázaro, lugar emblemático de muchos comienzos de aventuras en el contexto de GVX. Llenos de ilusión, de nervios, y de incertidumbre. Este último, un sentimiento generalizado porque, realmente, ninguno sabíamos qué nos depararía. Otro país, gente joven, maristas, católicos de todo el mundo, el Papa…pero ya está. Sabíamos que nos lo íbamos a pasar bien, pero creo que ninguno lográbamos comprender cuál era el sentido de todo esto, sí es que verdaderamente lo tenía. 

Al principio las sensaciones eran raras. Como el primer día de campamento, pero a lo grande, todo a lo grande. Quizás desubicados ante tal multitud de personas y propuestas. Pero dos días después, en la misa de apertura, ya sí nos dimos cuenta de que aquí no veníamos de vacaciones, siquiera de convivencia, esto era diferente a cualquier experiencia previa. 

Cristianos, muchos cristianos. Banderas de todos los colores que uno pueda imaginar. Mucho calor, horas de caminata, colas para comer en la calle, colas para todo aquello que puedas imaginar. Metro, autobús, trasbordo, otro metro. Canciones y bailes en todos los idiomas. Todo muy grande, abrumador por momentos. Y es que la JMJ es algo que difícilmente puedes prever, ni la propia ciudad que la acoge cada cuatro años. ¿Cómo íbamos a pensar estar celebrando una Eucaristía con personas de todos los continentes?, ¿por qué estamos todo hoy aquí? ¿En algún momento iba a tomar sentido todo esto?

Empezó a tenerlo con la llegada del Papa Francisco. Porque además de su presencia, el mensaje interpelaba a cada uno de los allí presentes. Un mensaje tan contundente, tan necesario. Unas palabras que emocionan y sorprenden a partes iguales, como el amor de Dios a cada uno de nosotros. Unas palabras que nos hacen sentir orgullo de lo que somos, y de lo llamados a ser sal y luz para el mundo, llamados además por nuestro nombre.

Pero no, es que no tenía sentido, era inaudito. Llegó la Vigilia, millón y medio de personas reunidas en la ribera del Tajo y se produjo el silencio más profundo de nuestras vidas. Un silencio tan lleno, que difícilmente es expresable. Además, ni que durmiésemos allí, ni que nos despertase un cura DJ con música electrónica. 

Y es que tras días en casa pudimos entender que todo lo vivido esa semana nunca va a tener sentido o sí. Algo así,como la Fe

“¿Esto se lo van a quedar para ustedes, o se lo van a llevar a otros?” dijo Francisco en la misa de envío. Es curioso, porque siempre finalizamos los campamentos diciéndole a los chicos/as qué se llevan a sus ciudades. Y tras días de reflexión, podemos decir que para que esto tenga sentido, este relato no es el final, sino todo lo contrario. Esa semana en Lisboa fue una semana de aprender y abrazar todo lo que viniese para llevarlo a nuestras casas, a nuestros trabajos, a nuestros amigos, y a nuestras comunidades. Porque esto solo ha sido un comienzo, un impulso. Un salto en trampolín para llevar ese mensaje a todo el mundo, sin miedo, con coraje. Porque todo esto solo habrá tenido sentido si lo compartimos, lo ofrecemos y lo vivimos.